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11 dic 2014

San Juan Diego


Amado Juan Diego, ‘el águila que habla’ enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que ella nos reciba en lo íntimo de su corazón”, dijo San Juan Pablo II en la canonización de San Juan Diego, vidente de la Virgen de Guadalupe.

Según la tradición, San Juan Diego nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas, y hoy territorio mexicano. Su nombre era Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba “Águila que habla” o “El que habla con un águila”.

El 9 de diciembre de 1531 se le apareció, en un lugar denominado Tepeyac, la Virgen María, quien se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”. La Virgen le encomendó que en su nombre le pidiese al Obispo Capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una Iglesia en el lugar de la aparición.

El Obispo no aceptó la idea y la Virgen le pidió que insistiera. Al día siguiente, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas del prodigio.

El martes 12 de diciembre, la Virgen se le presentó y lo consoló, invitándolo a subir a la cima de la colina del Tepeyac para que recogiera flores y se las trajera. A pesar de la estación invernal y la aridez del lugar, San Juan Diego encontró flores muy hermosas y la colocó en su “tilma”. La Virgen luego le mandó que se las presentara al Obispo.

Estando frente al Prelado, el Santo abrió su “tilma” y dejó caer las flores. En el tejido apareció la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde ese momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México y en una de las mayores devociones que permanece con fuerza hasta nuestros días.

San Juan Diego, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la “Señora del Cielo”. Limpiaba la capilla y acogía a los peregrinos que visitaban el lugar, donde hoy se eleva un gran templo.

El laico San Juan Diego partió a la Casa del Padre en 1548 y gozó de tanta estima que sus contemporáneos solían decir: “Que Dios te haga como Juan Diego”. Fue beatificado por San Juan Pablo II en 1990 y canonizado por el Papa peregrino en el 2002.